El Reto es una adaptación del Best Seller de mi padre (Andrés Laszlo Senior) My Uncle Jacinto/Mi Tío Jacinto, que también se convirtió en un taquillazo protagonizado por Pablito Calvo y dirigido por Ladislao Vajda. Un importante periódico parisino escribió: “no se había escrito nada igual desde El Principito”. En mis manos,  Madrid, La Quinta, los años 40, el toreo y las 17.000 palabras de mi padre se convierten respectivamente en Ciudad del Cabo, Mandela Park, el año 2010, el boxeo y 75.000 palabras. Puedes ver las 70 ilustraciones aquí. Es un libro para niños de todas las edades. Compra ahora. Nuevo pelicula:  VIDEO


Pero, si son muy pequeños, un adulto responsable debe leérselo, pues a veces trata temas delicados. Sin embargo, esto no debería suponer un problema, ya que he tratado de nivelar el texto y que divierta tanto a mayores como a pequeños. Este libro habla del vínculo existente entre Baba y su sobrino Tigre: narra un día decisivo en sus vidas. Mi héroe es el amor que les une y mi villano, la separación. La acción transcurre en Ciudad del Cabo, Sudáfrica: en el centro de la ciudad, en los suburbios de Mandela Park y en el Antiguo Estadio. 

Los personajes. Baba, un antiguo prodigio del boxeo envejecido prematuramente, reumático, no especialmente brillante y alcohólico al que solo le queda su existencia, un poco de honor imaginario, una velocidad increíble y la educación de su sobrino. Le seleccionan por error para ser el campeón en un expectáculo de boxeo: "Reta al Rey”, donde el público puede desafiar a viejas leyendas. Baba, ante la paradoja de demostrarle a su sobrino, a quien cree que cuida, que no es el borrachuzo acabado del que sabe muy bien que todo el mundo le habla, acepta.

Tigre, un niño de 8 años adorable, brillante, rápido y amigo de la diversión que ha conseguido hasta la fecha no ir al colegio y es el que más conoce la calle de los dos, es consciente de que es él quien cuida de su tío.

El principio. Llueve en el suburbio y Tigre construye un molino de agua y casi ahoga a su tío dormido en el proceso. Llega la carta de un promotor de boxeo pero Baba no se lo toma en serio. Este y Tigre van al centro de la ciudad para su habitual búsqueda de sustento. Mientras recogen colillas, ven un póster que proclama a Baba como el campeón al que retar. Ya no pueden ignorar más la situación y Baba llama enfadado al promotor para protestar, pero acaba aceptando ser el campeón. Demasiado orgulloso como para aceptar ayuda, finge poseer la ropa de boxeo necesaria.

La acción se centra en las exigencias y los trucos a los que recurren a fin de conseguir dinero para alquilar el atuendo, todo esto bajo el peligro de la separación - en forma de vendedor de relojes falsos, músico, policía, tribunal de menores o delincuente de verdad - se torna cada vez más real. El trasfondo de su día muestra todos los tipos de criminalidad de Ciudad del Cabo: desde la reutilización de sellos hasta un timo millonario por un diamante. Como último recurso, Baba se deshonra e intenta vender un reloj falso con la ayuda de Tigre y los pillan. Baba está a punto de ir a la cárcel y Tigre al Tribunal de Menores. La deshonra y la separación parecen un hecho, la tienda donde tienen la ropa está a punto de cerrar y a Baba se le dice, de forma lo suficientemente amable y lógica como para convencernos, que debería “darle al pobre niño una oportunidad”. En definitiva, que no es una buena influencia para Tigre.

El final comienza cuando Baba, devastado, sale de la estación de policía con una advertencia. A continuación, Tigre evita meterse en problemas, convence al dueño de la tienda para que fíe a Baba, lo localiza y lo lleva hasta allí. Ahora los seguimos: Baba va ya vestido con el atuendo de boxeo en el autobús hacia el estadio, donde se ocupa sin demasiadas dificultades de los primeros contrincantes. Todavía conserva la velocidad. Sin embargo, su ansia por el honor se apodera después de él y comete el error de aceptar el reto de un deportista que le dobla en tamaño y al que han enviado para matarlo. Con este rival, el peligro de la separación adopta su forma física final. La pelea de Baba será célebre, pero, al final, acaba por los suelos y siendo el hazmerreir de todos. Ha perdido lo que justificaba su existencia, su honor, y Tigre es testigo de su última humillación. Dubitativo, Baba se acerca a su sollozante sobrino para despedirse.

No seas bobo, claro que tiene un final feliz si te decides por esa interpretación.

 La portada del libro ha corrido a cargo de Jessica Leibbrandt (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) y la traducción del inglés al español es de Amanda González (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.).

EL RETO

PRÓLOGO

—¡Droga! —exclamó el detective—. Suficiente para encerrarte.

Parecía que al padre de Sipho no le importaba.

—Relájate, tío. Solo son unos gramos de maría.

—¿Unos? Hay por lo menos diez.

—Para ser exactos, 4,9, de uso exclusivamente personal y no tienes pruebas de que trafique.

—¿Lo arrestamos? —preguntó el policía arrodillado al lado de Sipho—. Quiero decir, es el culpable más obvio que existe.

—Con lo que tenemos no se pueden presentar cargos y él lo sabe.

—¿No deberíamos comprobar el peso?

—¿Para qué? Seguro que sus básculas son mejores que las nuestras, así que, o encontramos el resto, o…

—Pero podemos demostrar que el mayorista estuvo aquí.

—Sí, pero no que le ha comprado y, además, esto no es un paquete de venta al por mayor. Lo único que podemos hacer es confiscarlo.

—La han vuelto a empaquetar. Así la vende: él mismo fabrica los envoltorios.

—Lo sabemos y lo sabe, pero, ¿cómo lo demostramos?

El policía miró al niño.

—¿Y si lo interrogamos?

—No es más que un crío, no creo que tengamos permiso.

—¡Parad! —exclamó el padre de Sipho— ¡No tenéis derecho a preguntarle! ¡Solo tiene cinco años y es demasiado joven para demostrar nada!

Con cuidado, el detective bajó la porra para apoyarse desde atrás en el hombro del reclamante. El padre de Sipho se calló al instante. El policía le dirigió a Sipho una gran sonrisa:

—Pareces un niño bueno. No te importa que te haga unas preguntas, ¿verdad?

Sipho, cinco años, delgado, pelo largo y negro y grandes ojos castaños, no dijo nada, pero le lanzó una mirada cargada de rabia y recelo.

—Ayer, tu padre quedó aquí con un hombre blanco, grande y con coleta, ¿no?

—No, de verdad que no. Aquí no había nadie. De verdad que no.

—Lo sabemos porque tres de tus vecinos lo vieron.

—¿Ah, sí?

—Sí, tanto entrar como salir.

Sipho bajó la mirada y se mordió el labio.

—Y hemos encontrado este envoltorio de papel. En su interior hay algo muy malo.

Sipho miró hacia otro lado, lejos del envoltorio, de su padre y de los policías.

—Es probable que lo de dentro estuviera en una bolsa de plástico. ¿Viste dónde la escondió tu padre?

Sipho no respondió.

—¿Viste si el hombre que le vendió a tu padre la bolsa de plástico le vendió algo más?

—Yo… Yo no vi nada.

—Pero sí que tuviste que ver al hombre que le vendió a tu padre una bolsa llena de droga, al hombre que prometió traerte una bicicleta la próxima vez.

—¿Una bicicleta?

—Sí.

—¿De dos ruedas?

—Claro.

—¿Con marchas?

—Por supuesto.

—Yo… —Sipho se paró en seco y miró con suspicacia al policía—. Yo no vi nada.

—Pero vives aquí…

—Sí…

—Entonces, ¿cómo es que no viste nada?

—Porque ellos…

­—Porque ellos, ¿qué?

—Porque ellos… Me echaron.

—¿Ellos?

Sipho señaló a su padre:

—¡Él! Él me echó. ¡Siempre lo hace!

El policía miró enfadado al niño.

—Fue él —le aseguró Sipho—, fue él.

Como los policías no encontraron más droga, al final se marcharon de casa del niño y del traficante. El padre de Sipho le dirigió una mirada cariñosa:

—Eres un niño tan bueno —le dijo con afecto mientras fingía no oír las preguntas sobre bicicletas y marchas—. Siempre cuidaré de ti.

Al oír cómo el coche patrulla se alejaba, el padre de Sipho echó un vistazo a través de la ventana para asegurarse de que ambos policías iban dentro. Así era. A continuación, tras sofocar un violento ataque de tos y comprobar que ningún representante de la ley más se hallaba cerca, abrió a escondidas la puerta de la entrada y se acercó a lo que quedaba de un viejo Volkswagen Beetle, aparcado en el patio delantero. El padre de Sipho levantó el capó y, después de realizar ciertos ejercicios acrobáticos bastante avanzados, consiguió recuperar una bolsa de plástico de las profundidades de la parte trasera del cacharro. Una vez dentro de casa y tras haber cerrado con llave, abrió un envoltorio que estaba dentro de la bolsa y, con manos temblorosas, mezcló parte del contenido con tabaco.

Sipho miró el papel en el que había tosido su padre. Estaba manchado de sangre. De demasiada sangre.

Las manos del padre de Sipho temblaban con violencia mientras empezaba a enrollar el cigarrillo.

Le había contado que la sangre se debía a que había tragado un diamante cuando estaba trabajando en las minas y que, a veces, le pinchaba el estómago.

Sipho no conseguía entender por qué alguien querría tragarse un diamante. “¿Para qué, si podríamos haberlo vendido y haber ganado mucho dinero?”.

Las manos de su padre se agitaban todavía más mientras intentaba terminar de enrollar el cigarrillo.

Al principio, la tos de su padre había empeorado mensualmente, después semanalmente, pero, ahora, creía Sipho, lo hacía más rápido que nunca y hoy parecía molestarle incluso más que ayer.

—Esta vez… Puede que esta vez me vaya… —el padre de Sipho observó cómo el humo le salía por la boca y subía hasta la nariz, lo que le hacía parecer idiota—. Puede que esta vez me vaya mucho tiempo… Muchísimo tiempo.

—No d-d-d-debes irte, yo…

—¡Eh! ¡Déjalo ya!

—¿El qué?

—¡Eso!

Su padre le había dicho que la tos no era motivo de preocupación, que era consecuencia del polvo de las minas y del diamante que se había tragado y que pronto se recuperaría. Aunque Sipho deseaba con todas sus fuerzas creérselo, no era así. Su padre solía mentirle y las quejas constantes parecían contradecir su optimismo. Además, Sipho se acordaba de su madre. Le había caído muy bien y, a veces, casi creía a su padre cuando le garantizaba que volvería. También tosía, cada vez con mayor frecuencia hasta que, un día, desapareció sin más.

—¿Eso qué?

—Ese estúpido tartamudeo.

—¡Yo no tartamudeo!

—No te voy a abandonar, así que, ¡más te vale parar!

Desde el primer momento, Sipho había echado mucho de menos a su madre, pero empezó a tartamudear cuando se dio cuenta de que, probablemente, nunca volvería. No era grave y solo aparecía cuando tenía miedo de que quizás a su padre tampoco le caía bien y de que estaba a punto de marcharse. Sipho tartamudeaba únicamente cuando creía que le faltaba poco para quedarse solo.

—No lo he hecho. De verdad que no.

—No pasa nada —le aseguró su padre mientras sonreía y le revolvía el pelo—, todo irá bien.

Sipho odiaba que le revolvieran el pelo.

Su padre inspiró con fuerza.

Estaba fumando uno de esos cigarrillos que olían raro, parte del cual contenía aquello que los policías buscaban. Su padre decía que era bueno para la tos, pero Sipho sabía que lo único que hacía era volverlo idiota.

—Tu medio tío, Baba —comenzó, como si fuera a decir algo en lo que no creía—, no es tan malo como quizás te haya hecho creer en ciertas ocasiones. En realidad, es… —tragó con dificultad— En realidad es bastante guay.

Sipho adoraba a su medio tío Baba, o “el tío negro”, como solía llamarlo su padre. Vivía en una lujosa mansión, siempre tenía el congelador lleno de helados Magnum y, además, era un boxeador muy famoso. Cuando se veían, boxeaban, y, como siempre ganaba Sipho y su medio tío no quería que la gente de los periódicos supiera que le podía noquear cuando quisiera, habían llegado a un acuerdo tras duras negociaciones. Así, si Sipho no contaba lo poco que le costaba ganar a alguien que había noqueado al sexto mejor boxeador del mundo, mantendría el congelador lleno de helados Magnum para su disfrute personal.

—Sí, en realidad lo es.

Sipho lo miró con extrañeza. Los halagos hacia su medio tío eran impropios de su padre. De hecho, normalmente solo se acordaba de él cuando tenía problemas, sobre todo de dinero o de policía, que parecía sentir una especial e injusta antipatía hacia su padre.

—Pronto volveré a las minas. ¿Qué te parecería quedarte con el tío negro? Perdón, déjame reformular la pregunta: ¿qué te parecería quedarte con tu heroico medio tío Baba? Quizás esté fuera más tiempo de lo normal. Algo más.

Sipho no podía estar más lejos de tartamudear, pero casi se le escapa un “¡hala!” (no le gustaba demasiado quedarse con la abuela porque no tenía frigorífico y ni tan siquiera sabía lo que era Magnum) que consideró no estaba bien decir. Por tanto, en su lugar, se limitó a asentir con la cabeza y a fingir que estaba muy triste y serio.

—Quizás sea lo mejor.

—Puede que tengamos que convencerlo, pero es pan comido. No tiene valor para negarte nada.

Sipho quería defenderlo, decir que era muy valiente, pero, una vez más, se dio cuenta de que no era buena idea.

El padre de Sipho se levantó, escondió la bolsa del coche, le dijo que lo acompañara, cerró la puerta con llave y comenzó a caminar hacia la parada de los minibuses.

—No tiene agallas, ahí está el problema.

—¿Vamos a visitar al medio tío Baba?

—Sí, esta noche pelea contra un crío, así que pide entradas.

—¿Crees que el señor Kipling te dejará pasar?

Su padre sopesó la pregunta, pero, para cuando llegaron a la parada, ya había encontrado la respuesta:

—Escalamos el muro, fuerzo la cerradura del Rolls y esperamos dentro.

—¿Me contarás cómo lo consiguió?

—¿El qué?

—El diente.

—¿El colmillo?

—El diente que lleva colgado del cuello.

—¿Esa cosa estúpida que le hace creerse mejor y más honorable que los demás?

—Sí.

—¿Y por qué crees que precisamente hoy te lo voy a contar?

—Porque hoy pareces amable.

—Así que… ¿Así que de verdad quieres saberlo?

—¡Sí!

—¿Solo “sí”?

—¡Sí! ¡De verdad que quiero! ¡Sí, por favor!

—Se lo quitó a un leopardo. Peleó con él y le ganó; así lo obtuvo.

—¿Luchó contra un leopardo?

—Sí.

—¡Hala!

Se lo imaginó boxeando con el leopardo, noqueándolo con un gancho perfecto y extrayéndole el diente. Entonces, lo dijo otras tres veces, bastante alto y en rápida sucesión:

—¡Hala! ¡Hala! ¡Hala!

—Es probable que tuviera como refuerzo a algún amigo con un rifle, oculto en un árbol.

En ese momento, justo cuando Sipho se percató de que a su padre no le gustaba que su medio tío le impresionara tanto, añadió:

—Cuando sea mayor, boxearé con un tigre.

El padre de Sipho, cuyas pupilas eran del tamaño de un cacahuete y tenía las mejillas empapadas de lágrimas, sonrió feliz mientras exhalaba el humo:

—Al diablo con lo que dicen. Después de todo, eres mi chico.

Sipho vio que sus palabras lo habían complacido, así que decidió repetirlas:

—Cuando sea mayor, boxearé con un tigre… Y ganaré.

Y así fue como Sipho, el día en el que su medio tío estaba a punto de boxear con un adolescente, pelea que lo transformaría de superhombre a mendigo sin ningún otro atisbo de honor más que la promesa de no volver a boxear, hizo muy feliz a su moribundo padre y pasó a llamarse Tigre. Aqui mas. (Click TCSP5.doc)